Salvavidas.

Tormenta, mente que se mata
en medio del abandono propio,
viaja y se estrella, parece que ama
pero daña:
Así era mi alma.

Barco que navega y aparece
con suma cuita, tanto que renace
en su proa una mano de aire,
que flota y salva los cascarones
del pecho desinflado.

Aparece ahora en puerto,
la noche sin atraco,
que robado, no hay polvo
del vinilo escuchado.

Es lo más sumo de
los ultramarinos,
desear comprar lo abastecido
y no poder comerlo
por no saber saborearlo,
era la tortura hambrienta
de mi fatuo afán de ensueño.

Pero la grumete,
por la ira, cambió
su alma de marinera,
por sirena suicida.

Buscó mi zarpa, que al fondo,
se dejaba caer para no sacar
nada nunca al cielo, ni corazón
ni anular,
ni meñique que rascara la cascara
del anhelo.

Sumergiendo su brazo en el dolor
ajeno,
supo encontrar ternura,
donde nadie vio empeño.

                                                         A Verónica. Con tilde en la ó y punto final.

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