Trasiego dentro de una rutina.

Todos los meses,
tienen su doble
augurio de tristeza.

El óbice renace,
a cada paso inseguro
que damos.

Creemos que el tiempo
es un torpe objeto,
cuando en realidad
es una constante clepsidra,
que nos moja y empapa
de advertencias.

Llueve, y el tiempo sigue.
Te sumerges en el mar,
y no se detiene.

Es la verdad universal,
el severo viaje,
de experiencia y muerte.

Descendencias incandescentes, que viajan entre nosotros como legado propio del horizonte sin fronteras.

Elevo el ancestro
de mi espíritu,
hacia la cadencia absoluta
del crepitar de mi pasado.

Ebrio de almizcle y deseo
viaja mi corazón,
sentado en una nube
de sake.
Van poco a poco
colmando las calles:
latidos como Bhangra,
sangre como Taala;

Todos los números,
ahora son ritmos.

La mirada curiosa,
conquista,
la aviesa envidia.

El amor es una moneda
que rueda calle abajo.

Las bicicletas se inventaron
para transportar,
corazones inmarcesibles.


Pantanos que fluyen, corrientes inertes.

Puntúo mi trayecto,
como un dictado inverso.

El alma es un bolsillo,
en el que no me encuentro,
tan solo hallo lo vivido.

Podría encontrar,
la inmensidad reducida
de todo lo que queda por sacar,
antes de que la saturación,
venga con hoja afilada, espacio doble,
y arial del 12.

Vine para no pensar,
incluso para no sentir.

Pero en medio del camino,
encontré un hueco,
que por mucho que desee,
no lleno.

Cuchillos ensangrentados, dentro de mi imaginación salida.

Mi corazón
todavía es un salvaje.

Lleva las muescas
de mi vida desaforada.

Me sorprende que aún
siga latiendo,
para mantener mis pasos
dentro de esta cuerda.

Es el que más cree en mi,
gracias a que ella me mira.

Tirando monedas al cielo.

Tengo guardados
tres momentos,
que olvidé vivir.

El deseo es fuerte,
pero el tiempo
va hacia delante.

Ya imagino que serán más,
pero los minutos,
son canciones
que tarareo
y aunque pasen,
queda una melodía,
que silbo de manera inconsciente.

Con las uñas derrumbadas, por no rascar cuando me desespero.

De tan despacio
que camino,
no puedo contar
los árboles del sendero.

El ginko, se cubre
de aire y sufre.

Me recuesto
en la hierba,
junto a un campo
de cebada,
nada puede detener
este suspiro
que se atranca.

Terrón de sal, en mi vaso de leche.

Navego inquieto
por tu saliva,
remar contra corriente,
es ir en busca,
del beso que he perdido.

Soy el pleonasmo
sugerente,
de mis desidias.

Quizá mañana,
encuentre mejor
remedio a estos días
tan concretos,
tan vacíos.

Ojalá que todo
sea pleamar,
al mirarte.

Violencia dentro de mi cerveza.

Todo es simbolo,
muestra de un relleno,
libre interpretación.

Nada es acusable,
salvo la excepción
no imaginada.

Miro el fruncido,
abandonado y vetusto
que navega en la noche,
vivir es una oscuridad
a plena luz.

Cuenta atras, k.o. desesperado.

Encuentro en mis días
tus gritos de anhelo,
sufro viviendo,
todo lo que te pica.

El sueño es asesinato,
del deseo.

Por esto boxeo
y pierdo,
en cuartos de baño,
noches extraviadas,
en las que beso
el suelo.

Dudas sobre lo incubado.

Y que todo,
acabe en nosotros,
y no sabéis que somos,
la vida inyecta.

Como la vacuna,
creemos ser antídoto,
pero somos el virus.

Nuestra experiencia,
es lo que deseamos
matar, con vacunas...
esas que estudian,
para detener
virales que nos infectan.

Lo más humano
es la enfermedad:
por eso nos matamos.

Concubino de lo advertido.

Aún mantengo,
algo de fuego en mis tripas,
esas que guardo a hurtadillas,
en el cajón de tu mesilla.

Esta mañana fui a regar
las plantas con mi tos,
nada es lo que era.

Me descalcé y hundí
los dedos en lejía,
mis pasos son negros:
todavía.