Mecido por las cenizas.

Ambulante
como el polvo
al viento.

Irreverente
hacia el amo
que usa el látigo.

Corro por los valles
cortando el viento.

Aullando los nombres
de quien amo
para liberar sus penas
en medio de la madrugada.

Maldiciendo la muerte
que usa la traición como fuelle
de su causa amedrante.



Vuelven los mirlos a cantar en la lejanía de mi niñez.

Anaranjado, como mis palabras,
pululo por jardines sobrevolando
con mis manos rincones
que solo yo y mi recuerdo
tienen en la puerta cerrada de mi pecho.

He vuelto como todos los años,
al mismo rincón, al mismo árbol.

No soy ningún dios.
Solo un animal
que añora los lugares
por los que dejo, andariegos,
mis poemas escritos.

Entre inhóspitos avisos me dan caza.

Como el destino irritado,
aúllo afónico desde mi ventana.

No hallo en nada
lo que hago por desangrar
la leve escarcha
que me marea.

Puede que mis elementos,
todos torpes,
se deslicen entre mis entrañas
haciendo de mi,
este vasto y descuidado
canalla.

Aúllo afónico
desde mi ventana
mientras me imagino
en la copa más alta,
con el vaso más barato.