Milenario y existencialista: tomo vino, reflexiono, e imagino que todos los luceros se cierran sobre mi cielo.

Nada en pie.
Acabado el viento
sobre inimaginables
verdes etiquetas.

Queda el viaje
inexplicable del desvencijo
que provoca la soledad
apabullante
de la vuelta a casa.

Hirsuto y vencido,
el poder envejece
ante el mundo
que sigue creciendo
sin mirar hacia donde
desaparecen los cuerpos
celestes.

Pleonasmos actualizados en una base ignota.

Como una hoja en negro
a la que el poema abrillanta.

Así como al árbol
le crecen las hierbas,
las ardillas,
las aves y la noche,
en medio del equinocio
del sol, que irradia una vida
sin preguntar si quiera.

(De esa forma tan extraña
que proyecta la vida,
sobre el suelo,
a nosotros mismos).

La caza habría de ser
una mirada cruzada
con quien no conoces,
para enfrenta mejor
la timidez que alberga
en tus sonrojos.

La lluvia,
la lluvia
el ambedo,
el invierno que no se va,
la luz que molesta.

En extrañas circunstancias
podría ser mejor que no sacaramos
la cabeza de debajo de la almohada.

Pero la vagancia es más recurrente
y nos hace luchar contra el miedo.

Las horas oscuras,
es mejor pasarlas sin sombras.

Las horas oscuras
es mejor pasarlas.

Las horas oscuras
es mejor.

Las horas oscuras
es.

Las horas oscuras.

Las horas pasan,
la luz falta al respeto
para renacer de nuevo.

Y otra vez todo comienza
en otro momento,
pero con reonovadas horas repetidas
en el reloj,
mas no en el tiempo.

Pesadas ligerezas
bajo los sueños temblorosos
que se cuestionan el futuro.

Así es todo, todo el rato.