Porque los besos son genista del atardecer verde.

Mueres lentamente entre el ocaso
de lo que mi imaginario, ha descifrado
como palabra amor.

Nadie sabrá, jamás, que es lo que se escurre
entre mis dedos, cuando la tarde desvanece
sus luces, dibujando entre nardos esas penas
que nadie observa.

Por las noches es más presente
mi absoluta entrega a la destrucción,
que yo mismo he labrado en el universo
solitario que me aterra.

El palatino cósmico pronuncia
con marcada erre, el erre que erre
de tus brazos.

Y se repite entre juegos tu presencia
una y otra vez.

Sigues ahí, estás ahí.
Nada te mueve. Nada te lleva.
Ancla de mi esperanza, aullido de alta mar
Rememoro en todos estos graznidos,
El ala rota del mirlo que visita nuestra casa,
todas las primaveras.

Lluvia de abril en los bolsillos de mis abrigos.

Voy cambiando a diario
las puertas de sitio.

Las coloco en lugares donde
antes veía tan solo muros.

Vivo en silencio,
casi ni me relaciono.

No me gusta conocer
a nadie más,
he cubierto el cupo.

Voy cambiando las puertas de sitio.
Creo hogares en las arrugas
indescifrables de mi cerebro,
y en las casas que construyo
cuando nadie me mira,
dibujo ventanas al cielo
ardiente de la tarde.

Allí, lejos,
donde todo arde,
es el lugar exacto
donde me achico ante el mundo
para beberme con incertidumbre,
la espuma gloriosa de esta vida
que viaja sobre estambres.

Canicas rotas en una tarde de julio.

Y ahora después de estos pocos años,
vuelvo a no ser mis propios sueños.

Viajo en ellos,
conduzco por ciudades
empapadas de hojas de otoño
que crujen al pisarlas,
como las cucarachas
que odias.

Es así,
no te olvides.

Siempre que quieras ser el caballo
que corre para ganar,
eres, en verdad, el jinete que cae
montando el último corcel,
ese al que matan de un tiro
por romperse la pata,
y no vale la pena
que viva cojo,
porque nunca ganará, ni siquiera,
el trago de agua en la finca de los jubilados.

La vida está hecha para los vagos,
no para gente que ardemos
hasta en la sombras frías del invierno.

Vuelvo a ser el que siempre fui,
porque la vida, hasta ahora, ha estado
disfrazando de triunfo los espejismos
que yo he imaginado.

De mayor antes de morir,
quiero no ser este yo.

Trampas en medio de la cara para descifrar la emoción que no alcanzamos a entender.

Es así.
Te olvidas de tu cosmos,
y accedes a una partida
en la cual el juego,
es una muerte
destacada para hacerte
recordar aquello que nunca
has sido capaz de matar
con tus propios
labios, empapados
en barro, o enfermos
de falta de carácter.

Ayer pude mirar al suelo,
ayer me di el derecho de acatar
aquello que nunca me he entregado...

Voy dando tumbos por lugares
estrechos.
Golpeo mi cabeza
en callejones por los que nadie
hace cuentas de lo que le deben...

Deseo con desmesura
volver a encontrarme
en medio de la nada
para ser recogido
como el tesoro
que se halla dentro
de la bolsa de basura.

Hace siglos
que no riegan
los pies de mi imaginario.

Continúo lanzando el quejido
al aire para recoger el eco
de esa vida que no sembramos.

Continúo...
hagamos del hombre
un rescate de la sombra
que jamás, nadie,
podrá descifrar al gritar
por la mañana su nombre.

Y de las nubes llueve la verdad tangencial del oro negro.

El resultado es taxativo
cuando la resistencia
no varía en fuerzas
sino en emociones.

Por un momento esto
ha sido un éxito.
Los problemas eran tragedias
engrandecidas por la pasión
creativa de la soledad.

El cansancio y mirar más
dentro que fuera,
me hacía sentir como un viejo
marinero socarrón.

Ahora todo fluctúa.
La vida,
el humor,
y la falsa perfección
de imitar a los ganadores.

Lo reconozco,
y no sé si hago bien:
adoro perder,
soy un yonki de la soledad,
eso me diferencia de la soledad
que otros disfrazan de sonrisa;
me diferencia del carnaval
al que se han suscrito para volar
con disfraces efímeros.

Vuelan, y vuelan alto.
Creéis conocer el cielo.
Creéis tener la sabiduría
de la estrella...
y no sabéis porque estáis
ciegos, muy ciegos...
que en el fondo sois las pezuñas
del cerdo.

Imito a los ganadores
como el humorista de televisión
que gana no siendo él;
gana siendo un reflejo en el charco
del presente continuo, y diluido
del futuro.

Y cuando todo haya pasado, vendrá el humo creado.

Desperdicio el tiempo,
a des-tempo.

Fonambulista cojo,
que desea saber
lo que depara el suelo
en medio de la ilógica oscura.
Retando al alambre,
cable de calambres
por el que caminamos.

Quiero avanzar,
y cuanto más lo hago,
más siento que me voy
deshaciendo,
como el helecho arrancado
que mece el aire disfrazado
de viento.

Vendrá el humo creado
por la decisión de incomunicarse.
con lo vivido.

Esa bomba maltrecha que no explota
esa manera absurda de salvarnos la vida.

En esas tardes en las que me convierto en cocktail de estramonio.

Siempre es tarde
para no rememorar
aquello que acontece
como si nada pasara.

Al anochecer
se abren los lirios
reclamando la muerte
del día.

En mi cocina el aroma
a miscanto
es tan intenso
que hasta las alondras
se acercan al cobijo
natural de su hegemonía.

Ayer pude no ser yo,
como todos los días.

Hoy no quise ser yo;
y mañana, a lo mejor,
me evaporaré hacia el poniente
de una tarde dislocada.

Siempre me ocurre
estar ebrio y solo,
en medio de antros
en los que lo más peligroso
es cuando me muevo hacia alguien.


Recuesto mis daños sobre el lecho del miedo.

Me rebota siempre
un estado absurdo:
inconsciencia.

Lo llevo viviendo
como sueño compartido
en la estratosfera
del pensamiento.

Nunca despierto
en el mismo lugar
sobre el que me acuesto.

Todas las mañanas
tienen un trozo de ligereza,
sobre lo extraño.

El saber no es más
que la belleza
de la curiosidad,
sin lamentos.

No es ahora, es ayer.

Uso, por norma general,
el recuerdo, para salir
del mal presente.

Lo digo y escribo
por todos aquellos
que jactan su futuro,
pensando,
que cualquier pasado
fue mejor.

La nostalgia no salva vidas...
pero ayuda a comprender
lo que nos queda por vivir.

Muerte en miscantos de sangre.

Será Héspero quien despierte
o el sándalo el que llame.
Dulce la puerta de la ira
ofrece su desdén a quien confía;
pues son mieles de tarde,
aquellas que nutren, mientras arden,
la feroz y salvaje celosía,
que sin trama justificada
acaba siendo pasto,
in veritas aquí lo estampo,
de abyección en noche fría.

Sigo siendo blanco sobre negro. Balance de grises en la nostalgia del daño.

Me rompo.

Todo es como una reflexión
sobre la ironía mal tratada.

Huyo de vosotros:
los que padecéis
vuestra mentira
en la casa de los demás.

Lo mío no es poesía.
Me da asco esa palabra
y también huyo
de la palabra poeta.

Es todo tan mecano
de la foto
que prefiero
quedarme vacío,
a ser una interpretación
del culo que sujeta
en la pared
la sangre que ha entrado
con la letra, allá en ese lugar
en el que lo manido,
es influencia.

Conozco el camino,
de la comida deshecha.

De entre todos los racimos me tocó el dos, el be, el segundo, el que llega después del primero. Llegar primero es una utopía para los que observamos sentados, el sol, la luna, la estrella.

A lo largo de las mañanas,
hablan las espaldas
sobre el suelo desconchado.
Dichos que nadie
suelta de tripas hacia afuera.

Viví durante un tiempo
bajo la luz insultante
del medio día, siempre nublado,
arraigado entre mis dedos rotos
como escombros de obra
inacabada.

Ahora que soy una isla,
me aíslo.
Ahora que conozco mi racimo,
elijo ser la uva seca,
la uva amarga,
la uva pasa,
uva exacerbada...
y todo pasa por todo,
como si la existencia
fuese una silla vacía
frente al cristal
de la ventana destrozada.

Siempre digo que mañana
será mi día,
porque los hoy que barajo,
los hoy, digo,
no me gustan ninguno.

Llegar primero no es ganar,
es perder parte del camino
por ir deprisa.