Narra en mi espalda,
su cascada, el mejor
de los gritos que en ocasiones
como a un jinete: empapa.
Se deshace cuando me siente,
es tormenta y aullidos.
Hace de ella
lo que la muerte
desea,
pero vive entre mis piernas,
su incesante e incandescente
vela.
No tiene fronteras,
eterna en su universo,
no encuentra barreras.
Ella grita, grita,
yo: recojo su cosecha.
El grito más bello...
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