Reestructurando la imaginación de un muñeco de trapo.

Acabo siempre
vendiendo todo
lo que me pertenece
de una manera
intima.

Me vacío por momentos
sin acudir al borde
de ninguna montaña.

No me hace falta
ir, como otros,
hacia el dolor
bonito de las cosas
para vestir el mío
de niño y que agarre
de la mano a los que leen
para encontrar la identificación
con los mismos.

No me hace falta nada bonito
para destrozar,
no necesito montar
un puesto de venta
en la calle, para saber
que lo que no digo,
lo que me callo,
es como un voo-doo
al que cada aguja
le cura un dolor
para empezar otro.

No me hace falta nada
para seguir con esto:
que vacía una jarra,
para llenar un vaso roto.

En mis horas todos los relojes se retrasan en unos cuantos granos de arena.

Tengo todos los giros
en el mismo lado.

Escarbo en mis dientes
para re-cenar esos silencios
o esas palabras que he de tragar,
como orgullo, altivez, mal-genio.

Ahora escucho y no oigo.

Mi soledad son largos paseos
mal diciendo a todo el mundo.

Amaso esta ridícula estampa
y me comparo con los santos.

Aún guardo en mis manos,
todas tus noches de desvelo.

Las dejo escapar como plumas
ensangrentadas, al vuelo,
para que este universo,
sienta la suciedad de la belleza
que guardas en el cosido
de tu humor negro...
brocado insaciable en la espalda.
Mordiscos inmemoriales
con sabor a acetileno.

Inmersiones sobre espacios densos.

Tiembla quieto
el árbol en la noche.

Aviva fuerte la hierba
el fuego ligero.

Recibe con alegoría
la lluvia, el charco solitario.

¿Quién no arde
al sentir esto
mientras lees
a solas una etiqueta
de  cemento?

Mis venas van cargadas
de fuego.
Cabalgo a solas
lleno de silencio.