Titubeante entre mazmorras. Débil en las jerarquías.

A poco
me sabe
la muerte
cuando te beso.

Es agradable bailar
sobre el fuego,
con los pies desnudos
de charcos.

He retado con soberbia
todos los vicios.
Aúllo cada noche
exhalando el humo
de mi bilis ebria.

Mas no soporto,
me mata,
despertar por las mañanas
y ver la cama vacía.

Falsa estructura de los resultados.

Desconoce
todos tus actos.
Reencuéntrate con ellos
en la noche tranquila.
Así podrás valorar
que enloquecido
bajo la oscuridad
el aliento es más justo
al imaginarte desnudo.

Descuentos de una vida, a la muerte en rebajas.

Subido.

A horcajadas
ordeño sobre tu cara
el sobrante de mi muerte
que no deseo en mis venas.

La muerte como un caballo
salvaje e inyectado
con aguja de molde
oxidada,
recorre errando
todo el espacio de mis desilusiones.

Luego, me deslizo
por tus senos abajo,
esquiando tus pezones
vanagloriados de palabras
que tanto se me repiten
en la boca al escribirlos.

Corro huyendo por la ciudad,
como un niño macarra
con los bolsillos llenos
de canicas del orgasmo.

Se olvidaron la gymnopedie en el cubo de los paraguas, justo antes de que la melancolía se arrastrara.

Lo reconozco,
he ido de putas muchas noches.

También me he metido rayas
de coca como si no quemase el fuego.

Soy de esos que por aquel entonces
prefería la conversación de Georgina
al borde la cama, que era un precipicio
compartido, antes de una receta y visita médica.

Adelantaba otros coches
en discontinua con mi coche diésel,
el consumo constante, 4,8 a los 100.

Ahora me castigo menos,
vivo lo justo y miro demasiado
lo que me gusta,
hasta calcarlo en mi alma corrompida.

Eso sí, antes de tirar de la cadena
observo lo cagado,
y al ver lo que el agua empuja
constato que lo que se marcha es la crueldad
río abajo, porque el mundo sigue siendo
la mierda que flota en todas las aguas.

Carrusel de caballos muertos.

He vaciado todos los bares
con inusitada violencia,
cuando mi único poema
era pelear conmigo mismo
viéndome enfrente,
sin imaginar que no era yo
el de ahí.

Bebía más mi propia vida
antes que el propio
liquido del vaso,
que pedía,
a traga perro.

Una brutal ansiedad,
desmedida sombra
desatendida
que disparaba mi soledad
sobre un suelo de adoquines grises.

Rezo hoy a mi mismo.
Parte descarada de todo
lo que ensalzo a oscuras,
me da toques en el hombro
y me tutea.

Recuerdo ir en el coche
de mi padre escuchando
una radio que no cuajaba
en mi cabeza.

Aún llevo esas voces
de estallido tocándome
los tímpanos como si fuéramos amigos.

Hoy por hoy,
las cosas han cambiado.
Ya no me elaboro en la angustia,
ahora me alzo, para no ahogarme,
con la acidez de mis verbos.

Rombos en un cine de niños.

No hay nada como el dolor
para renacer en tus propios odios.

Cada uno sabe por lo que huir.

Lo sabes y no lo reconoces.

Descansa la desesperación en tu encuentro.

Son muchas decisiones,
para no desaparecer.

Odio profundamente
esa herencia  indirecta.

El año no es concluso hasta el amor.

Nunca se guarda a uno mismo,
en el camino trazado.

Tengo el suelo de casa
lleno de juguetes rotos.

Mundo transgénico en el cajón del frigorífico.

Buscar la belleza
en un mundo gris.

Ha de ser por eso
que todos los úteros
son como adoquines
de colores.

Tiré todas las causas
a un mundo perdido,
ahora pesco esperanzas
en el río sucio.

Puse la cabeza en la tierra
y los pies en el cielo.

Mi epicentro es un corazón
que cruje en invierno.

Continúo.

Sendero en medio,
latís como piezas
acosadas en el bosque
s
   o
      m
          b
             í
                o.


Leyendo tu espalda al borde de la cama.

Extraño el brillo
cuando siento el frío
de lo desparramado.

Necesito tanto correr
que me proyecto sobre
el cielo, al tiempo que enloquezco.

Perdí la cabeza
junto a las llaves del coche,
por eso siempre me arrastra
la grúa de la desmemoria.

Mirando al fondo del charco, que la lluvia dejó en mis ojos.

Vivo en una casa con mil espejos.

La ciudad está repleta de espejos.

El imaginario es un espejo.

Por todos sitios veo mi reflejo.

Nado por un mar de infinita persecución
a mi mismo, en la que no me hallo.

Al final, en el último, está el tuyo,
en el espejo roto.

No tengo miedo a verme,
sí a tropezar con el roto
y que los siete años,
sean otro torpe reflejo
de mis ojos cansados.

Yo sé que tu luz, es solo para los tristes.

Café solo
en taza de loza.

El sol, invernal sentimiento.
La vida con la velocidad justa.

La muerte pisa el freno.
La vida adelanta la tristeza.

Quizás mañana
mis besos sean más oscuros,
mas nunca serán más lentos.

Mecánica de las fotos ilustradas.

Hablar con la boca
llena de sangre.

Sentir la muerte
en una mañana soleada.

La cuota del mundo,
es correr para llegar
antes a una meta negra.

El pasado empuja
sin recordar,
cuando corazón
es un olvidado.