Vomitando murciélagos en esta burla de espanto,
casi sin llegar lejos del cielo azul, no es lo que pensaba.
Pretendo ser algo que imagino, pero no represento.
Mi cara, espejo del karma, es un fuego de la bilis,
y el día el manto más negro de la vida.
Pero indago en el neutro pasaje de la hierba,
donde la adivinanza juega con mi pasado,
tejiendo un tropezón de alegría que rebota
contra el suelo, mientras el cazador late
entre lo dictado, por el paso de las calles,
como lluvia de negro tormento imaginado.
Vomitando murciélagos negros de espanto
sus alas me provocan una acidez,
por la que la primavera es nacer,
en medio de un nocturno de bajo calado,
y de continua burla de balón pinchado.
Niñez, Niñez, absurda angustia,
frente a la senectud de la estupidez,
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