Donde fui en mi ciudad,
no existe nieve ni frío,
pero si una calurosa muerte.
Lo ridículo y espantoso,
como necedad,
se asustaban ante
lo irrelevante y grotesco.
En mi ciudad no hay nieve
ni frío, pero si crisantemos
que derretidos por la calidez,
se entregan a la muerte
cantando un zarabanda
de niñez, sin suerte.
Este me parece perfecto y maravilloso.
ResponderEliminarHace timpo lo leeí con prisas, como tantas veces, y me he sorprendido volviendo a hurtaadillas a releerlo una y otra vez.
Maravilloso.