Como el remo entra en el agua,
para que la barca avance,
así entra tu mirada en mi mirada,
para que yo navegue, hasta tu extensa
morada de cedros, que adormece
mi retorcida y extraña alma,
que arde en tu mínimo roce.
Navego en tu lago de nenúfares,
soplo por el bambú de tu entraña,
me acurruco más allá
de donde encuentro
el placer, que me proporciona
la extensa ladera de mimbre,
en la que tejiendo a menos,
construyo un lejano oriente
de miradas.
Navegando en el lago lleno de nenúfares,
jamás me sentí tan solo, cuando al meter
mi remo en tu agua, el único lamento,
fue el de un mirlo alborotado,
que se deshacía mientras cantaba
el catafalco de tu propia alma.
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