Miro hacia atrás de vez en cuando
y me veo con siete años y un balón
bajo mi brazo, la cara sucia y las manos
y las rodillas raspadas.
Miro y me sorprendo persiguiéndome,
como haciendo guardia, escoltándome
para no huir hacia donde las estatuas
se desmoronan.
Es mi guardaespaldas la niñez,
que sigue jugando a la pelota
marcando goles a esta madurez
que no me llega.
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