En favor de la locura y para no caer en rutinas de asedio apático.
Corriendo por la pradera de su nombre.
Sigo el rastro de las hojas secas,
conozco el crujir de tu sollozo,
siempre me lleva al final de la alameda
donde el adoquin y el sol:
Se besan y despiden.
Es corto pasear sin la garra
que araña la espalda,
en las noches de pelo y colmillo.
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