Sonrío de medio lado,
extirpando una lagrima
al futuro que no deja
de mostrarse lejano.
Camino mirando al suelo,
para no saber del mundo,
deseando que el asfalto
refleje en mi cara
su aroma a goma quemada.
Es hora de llorar,
es hora de no fingir
el miedo.
Ahora me toca ser débil,
lo decido para cuando lo lejano
se me vaya acercando,
poder ser algo más fuerte
que un niño.
Hace poco escribí una historia sobre un señor que cada mañana colocaba espejos en el suelo para que se reflejara el cielo. Era la mejor manera de mostrar a los demás lo bello, lo que está arriba, pero nos negamos a ver por ir siempre mirando al suelo.
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