Escribí su nombre en una servilleta
del bar, mientras tomaba un brandy.
Lo escribí en repetidas ocasiones,
muchas veces, tantas que resultaba
enfermizo.
Lo leí una vez acabado, soy un enfermo,
estoy mal de la cabeza, el brandy
me atonta, soy un enfermo.
Tantas veces lo leí que sonaba
como un mantra de paz latigueando
mi cutre existencia de carne con ojos.
Salí a la calle mientras el mantra
se repetía en mi cabeza de una manera
física, lo repetía y la imagen de mi mano
escribiendo su nombre era constante.
Saqué la servilleta, la miré, la arrugué
me la metí en la boca, la humedecí
con mi saliva hasta el punto de empaparla,
imaginaba la servilleta como su vagina...
Entré en otro bar, pedí otro brandy.
Mezcle en mi boca, la saliva,
su nombre y la bebida,
Me la tragué; después, me entró
una extraña añoranza, y lloré.
Me descubro en ocasiones,
haciendo estas cosas.
Subí la calle y dejé que mi sombra
proyectara el nombre de ella
entre las baldosas mojadas,
y, casi olvidadas por el eterno
llamamiento a la soledad.
Por fin estaba en mi...
ya era tan yo, como
nunca yo mismo lo he sido.
Me descolocan y me apasionan estas húmedas locuras...
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