toma sus breves e intensos tragos de agua,
mira nervioso a todos los lados, parece que busca algo.
Vuelve a beber su agua, se despereza, abre su alma,
parece recibir la vida en un trago de agua,
agrieta su cuerpo y lo muestra a la vida,
es como un pequeño almendro, casi un bonsai
de su propia alma.
Entonces se recompone, se sacude,
limpia su plumaje, y con el susto de la llegada
del camarero, retoma el vuelo y se marcha.
A los cinco minutos una muchacha rubia,
usurpa el lugar del gorrión, lleva minifalda,
fuma pero no sabe hacerlo, bebe café sin saborearlo.
Es un espectáculo triste y dantesco.
Acabo mi cerveza, y marcho mustio
caminando con las alas del gorrión
en mi garganta:
que desenvuelto me alecciona
sobre la sencillez de la vida.
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