Canicas rotas en una tarde de julio.

Y ahora después de estos pocos años,
vuelvo a no ser mis propios sueños.

Viajo en ellos,
conduzco por ciudades
empapadas de hojas de otoño
que crujen al pisarlas,
como las cucarachas
que odias.

Es así,
no te olvides.

Siempre que quieras ser el caballo
que corre para ganar,
eres, en verdad, el jinete que cae
montando el último corcel,
ese al que matan de un tiro
por romperse la pata,
y no vale la pena
que viva cojo,
porque nunca ganará, ni siquiera,
el trago de agua en la finca de los jubilados.

La vida está hecha para los vagos,
no para gente que ardemos
hasta en la sombras frías del invierno.

Vuelvo a ser el que siempre fui,
porque la vida, hasta ahora, ha estado
disfrazando de triunfo los espejismos
que yo he imaginado.

De mayor antes de morir,
quiero no ser este yo.

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