Mueres lentamente entre el ocaso
de lo que mi imaginario, ha descifrado
como palabra amor.
Nadie sabrá, jamás, que es lo que se escurre
entre mis dedos, cuando la tarde desvanece
sus luces, dibujando entre nardos esas penas
que nadie observa.
Por las noches es más presente
mi absoluta entrega a la destrucción,
que yo mismo he labrado en el universo
solitario que me aterra.
El palatino cósmico pronuncia
con marcada erre, el erre que erre
de tus brazos.
Y se repite entre juegos tu presencia
una y otra vez.
Sigues ahí, estás ahí.
Nada te mueve. Nada te lleva.
Ancla de mi esperanza, aullido de alta mar
Rememoro en todos estos graznidos,
El ala rota del mirlo que visita nuestra casa,
todas las primaveras.
Lindo. Otra cara. Linda también
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