Me levanté triste y distante
de mi mismo, de esa sonrisa
que a veces se me dibuja,
en la cara.
Fui a la nevera, quería beber
algo,
pero nada se me antojaba,
abrí el armario de las medicinas,
no tenía ni ganas de meterme una caja
de valium.
Me esclafé como un huevo
en el sofá, mirando la tele.
Entonces me sonó el teléfono,
era ella.
Me recogió y me llevó a la montaña;
de camino:
compró cerveza fría y un pastel salado.
Me soltó como a un lobo preso,
me dio de beber, de comer.
Pasó su mano por mi cara,
sonrió mientras yo me quedaba
en el limbo de mi silencio,
incógnito y apabullante.
De no tener ganas ni de morir,
a sentirme como un cachorro
juguetón.
Sólo me acarició y me dejó
mirar la luz del fondo.
Después bajamos por una carretera
estrecha,
yo conducía, ella callada,
y sin que yo hiciera nada,
se corrió, su orgasmo fue
como si un montón de hojas.
las soplara el viento del suelo
y las levantara como una espantada
de aves.
Hace tiempo de esto, mucho, casi al comienzo,
pero aún no lo olvido, revoloteaba
dentro de mi cuerpo,
se ha estado gestando,
ha viajado a través de mi espacio,
universo sideral que camina ingrávido,
en todo lo que hacemos.
Me sigue cautivando tu poesía...
ResponderEliminarMuchas gracias María, me gusta mucho verte por aquí!!!
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