Aquí en New York,
a los taxis, parece que los ha pintado
Kandinsky.
Es de día y el sol, inunda Central Park,
hay jugadores de ajedrez,
y chicas que patinan.
Ha sido un invierno tan crudo...
como estar sin tus besos.
La estatua de la libertad,
no se mueve de su sitio
desde hace más de un siglo,
paradójico.
Recuerdo todo esto,
porque cuando estuve en París,
el frío era igual.
La Torre Eiffel, barrotes
de cárcel. Un pene erecto
que no eyacula nunca.
Los franceses hablaban gracioso,
como si hicieran gárgaras
con el flujo de su mujer,
acumulado de la noche anterior.
En Egipto no recuerdo más
que majestuosidad.
Londres era la ciudad, que en isla,
no parecía tener fin,
los ingleses, auténticos caras rojas.
Siempre recuerdo cerveza
en cada calle del mundo.
Estar en el mundo me ha parecido siempre
inquietante y morboso.
Me solía tapar los ojos,
cuando me hacían fotos
de pequeño;
he estado ciego hasta ahora.
Madrid aún no lo he descubierto
y eso que he vivido, trece años,
en distintos barrios.
El sol de New York,
es el mismo que en Egipto,
y el de Egipto igual que el de Santorini,
el de Santorini idéntico al de Londres,
y el Londres igual que el de París;
Madrid tiene un árbol y un oso,
pero al igual que los libros:
está forrado de muchos colores.
Todas las grandes ciudades
tienen un gran recuerdo.
Todas parecen bonitas,
pero para eso, necesitan
que andes por ellas para que vivan,
que las mires para que resuciten.
Ahora cuando me miras,
sabes que no cierro los ojos.
Aunque te pique.
Me gusta cuando viajas porque estás como ausente...
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