En favor de la locura y para no caer en rutinas de asedio apático.
Tráeme de nuevo donde estábamos.
y otras que sus dueños; se llevan.
Alguna vez lo he hecho, pero nunca,
me han llevado o se han llevado
algo que vivía en mi.
Ser uno ante la tormenta,
convertirse en lago,
mientras flota un pato muerto,
son cosas que nunca me había
planteado.
Por eso te pido, que si te lo llevas,
esto que sembramos y tiene vida,
si te lo llevas,
llévatelo lentamente,
como si un niño muriera en la cama
de un hospital sin nombre.
Llevatelo despacio, porque al llevártelo
ya se encargara el dolor de recordarmelo,
ya vendrá el niño a emborracharse conmigo.
Tráeme de nuevo donde estábamos,
dame el mejor de tus silencios.
Exhalando calor.
que no he contado a nadie.
Le hablo de mi pasado,
de mis pasos,
de mis locuras,
de mis olvidos, de mis pérdidas
de razón en medio de la noche.
He hecho muchas locuras,
he cometido muchos errores,
he aprendido de ambos.
Le cuento secretos,
mientras mi pene, trepa por sus piernas
para dejar una hechizo en su vientre.
lo hago cuando lamo su vagina,
porque de niño
se aprende que los secretos
al oído, salen siempre por la boca.
Cenando en un As de trébol.
me encharco al calor de las calles,
en estos extraños momentos,
es una necesidad médica, sus besos
y sus brazos.
Sé caminar solo, siempre lo he hecho,
pero ahora prefiero hacerlo con ella,
esto no es un poema, ni una historia,
es una cicatriz que no se cierra.
Encharcado en mi sangre, sueño
no cumplir sus expectativas,
encharcado en su saliva,
deseo cenar con ella en la mesa
del tiempo.
Ahora que acuchillo los minutos
y he metido mi corazón al microondas...
ahora, no luego, quiero cenar con ella.
Pero el destino es incierto, y el tiempo
eviterno, conocer cuando naces,
saber hacia dónde vas, con los bolsillos
llenos de agua, y los pies descalzos;
es ardua tarea, difícil cuando sabes:
Que el lobo que eres, se merienda la inocencia.
Sé de donde vengo; ahora, hacia donde voy.
En medio únicamente de sus brazos, torno mi pelo
en llanto,
torno mi alma en canto.
vuelvo sin volar, porque caminando
me hago más fuerte.
El ruido no me afecta, ni el silencio.
Afortunadamente para mi,
sigo siendo un niño y puedo aprender
a leer entre líneas, aún puedo,
tengo tiempo, mucho tiempo
que cumplir conmigo mismo
para crecer aprendiendo.
Suerte sin modo
Secando mi alma de estraza
a penas el papel recibe tinta,
rompo todas las minas...
Ya no tengo corazón
en medio de la estancia:
mala vida,
mala suerte,
mala muerte,
solo recibo cruces
cuando lanzo monedas
al aire.
Tiroteandome. Poeta en la cama XIX
Recuerda;
véncete a ti mismo,
es tu guerra sin cuartel,
dormirás al raso,
en sábanas de madera.
Soñarás con despertar
y que tus ojos cuelguen
del pomo de la puerta...
Ahí será el momento
donde el tiroteo
a discreción te atrape...
Recuerda: véncete a ti mismo,
será la mejor de tus victorias.
Sofá sin deseo. (A Miguel Marin)
Soy un incomodo
de la vida,
apenas tengo
un sofá y se me clavan
las plumas.
Cuando me siento,
me clavo las arterias
de tus ojos.
Ralentizo lo que me gusta
para soñar con ello y,
la cabeza busca centrifugar
la angustia.
Soy un incomodo
en esta vida.
Pocas veces descanso
remando sin problemas.
Desesperando el abrazo.
Las cosas
nunca son como uno
quiere,
es mejor no esperar
y acostumbrar el alma
a lo inesperado.
La vida es una llave
que abre muchas puertas...
una llave, que para no perderse
lleva un llavero de muerte.
Merodeando en su calle.
Sangrando entre mis dedos
y mis uñas,
renace el poema
mientras la recuerdo.
Llorando a solas
por los padrastros
del pecho, la onirizo
como a un esguince
del silencio.
Prefiero estar solo
si no devoro su entraña,
me gusta orinar en su puerta
cuando ella sueña oro.
Conduciendo con el peso del sueño
no puedo olvidarme nunca
de algunas cosas, y menos
de algunas personas y sus cosas,
esta noche ha caído con el peso
de la oscuridad, del cansancio
y el sueño.
El camello tenía el móvil desconectado
y la droga, no me apetecía.
Sólo el sueño, sólo el sueño solamente
a solas, en medio de la escogida, por mi
mientras conducía con las ventanas
bajadas, la soledad dibujaba un cipres
en la espalda.
Deseaba escribir un poema pero no sabía
que tema en concreto, siempre indeciso
con el verso, siempre caminando por el cable
del tumor, arrastrando la diligencia del pasado,
ese cabrón del que aprendo, porque me equivoco
siempre...
esta noche no sabía sobre que escribir,
esta noche más vacío que un saco de escombro,
me sentía advenedizo al derrotismo,
no hay vino, no hay manos en mi cabeza,
no hay nada esta noche de aliento únicamente
unos ojos que se cierran, y unos labios
que respiran mientras no están los míos.
Pero esta noche, una luna que mengua,
dibujó un arco iris de blancos en el oscuro
cielo.
Con apenas unos céntimos en el bolsillo
pude componer un poema de euro y medio,
por un euro y medio, el verso se dibuja en el embrague
del coche,
por apenas una lastima, casi choco con mi destino,
algo que me hubiese aburrido de por vida.
Peces de café. Poeta en la cama XIX.
así veo muchas veces a gente
que camina con los ojos abiertos
y el alma enjuta.
Dan vueltas en medio de la ciudad,
pero no viven en la consciencia del acto.
Abren sus bocas, van al cajero, maldicen...
Como peces, mueren y flotan de costado,
sin saber ni haber sido victimas de sus burbujas,
esas que regalan en ocasiones algo más de vida.
Nadan en la oscuridad abisal del agua,
que poco a poco trasforman en café,
por su ceguera de trapo.
La vida es un asco en muchos momentos,
pero la suerte es saber tenerse justo cuando
no tienes a nadie.
Ahora vacío este vaso de café, y pronto abrazaré
una isla... esa en la que me gusta ser naufrago.
Soledades pescadas.
muerto el muerto, el bollo solo, en la taza moja su pena
de azúcar muerta, que sola no avanza ni a la caries
negra del alma.
Todo está solo, sólo que no hay soledad,
si la muerte tiende su pulso al alma.
La soledad y la muerte son hermanas,
siempre que te tocan, siempre ganan.
Dura pelea en los bares,
dura lucha en una cascada sin agua,
la soledad, la muerte...
razones mantiene el alma frente a la vida
solitaria.
Cabalgando el asfalto.
entro en el mercado, voy directo a la carne,
compro filetes rojos, jugosos, como su vulva.
Voy por vino, ya casi erecto: "esto no es normal"
pienso...
Leo las composiciones, los coupage, monastrell,
syrah, cabernet, tempranillo, todas ellas tan rojas
como su sangre, y su sangre como el filete...
Debo ser un loco salido, y se me nota,
las cajeras no me miran por vergüenza,
creo...
De nuevo en el coche tengo que meter mi mano
por el pantalón y colocármela para no ir incomodo...
he comprado carne, pero llevo puesto el hueso encima,
todo el día empalmado, debí ser electricista y no poeta,
pero...
Es la primavera, aunque luego será verano y después...
dará igual cuando, pero siempre la tendré como ahora.
Pienso que es su coche, porque ella es su coche y me gusta
conducirlo, montarlo como una yegua.
Arranco, relincho, hago una cabriola y cabalgo para verla
por todas las carreteras de este infierno de mundo.
Caida libre. Poeta en el bar XXI
Tropiezo constantemente
en aceras,
bordes,
humos,
callejones,
soledades,
y tubos de escape.
Todo son poemas,
no tengo escapatoria,
hasta el aire y la cerveza
me entran,
para que huya hacia
la palabra y me líe con ella.
Domingo en barco. Poeta en la cama XVIII
al que iba cuando todo me sobraba.
decía en gritos: la vida es como
unas tijeras,
intento recortar
el estupido papel que represento,
y hacer muñecos,
pero siempre me salen barcos hundidos.
Solamente tú puedes usar esas formas
para saltar sobre el humo de los autobuses
y los papeles arrugados
y los poemas usados
y las putas
y el whiskey barato...
Así pasé el domingo,
persiguiendo barcos
que deseaban haber sido
niños recortados.
Órbita y destrucción. Poeta en la cama XVI.
se abren brechas en mis carnes,
una legión de pirañas recorre mi espalda,
se me caen todos los mitos, no hay dioses,
no hay dueños, sólo libertad y horizonte.
Todas las puertas se abren,
todas las ventanas se abren,
todas las luces encendidas brillan,
y otras nuevas aparecen a cada caos,
todos los gestos se escenifican,
los gemidos me llegan.
Me convierto en perro-lobo,
me trasformo en un animal
que resucita, en una muerte muy viva,
mis columnas se derrumban,
y aunque no me mueva, mi barco navega.
Voy de puntillas por su órbita destruyendo
todas sus palabras, dejándome llegar a ella.
Llego y entonces: Me corro, me corro, me corro...
y renace en mi una nueva luz, para que esta vida
no sea tan oscura.
Geografías.
para que otros hagan.
Es vago ser un duro, pero hay que hacerlo.
Desde el bar pienso con el vaso lleno,
y ansío cuando lo vacío.
Hago todo lo que puedo,
que es menos de lo que deseo.
Discutiendo.
Conduzco y canto, brilla el sol,
golpeo el volante creyendo
que soy un batería.
Sonrío mientras el semaforo
está rojo, estoy lejos de mi
pero me acerco.
Sí, todo en ella me gusta;
hasta cuando se enfada.
Si viviera lejos, buscaría el sol,
y florecería en su terraza, como las plantas de su vecina.
Corazón helado. Poeta en el Bar XIX.
e imagino que son corazones
de hoy, en cuerpo trasparente.
Esta vez mi café los ha manchado de marrón,
en otras ocasiones se derriten encima de la mesa
de esta terraza al sol.
El sol brilla, la gente pasa y los corazones
se derriten dentro de su vaso.
Los miro y los mimo, son pedazos
de agua congelada, que pasan tan desapercibidos
como el árbol de la avenida.
Lentamente se convierten en agua,
es como si al llorar, se derritieran
en su misma sangre.
Corazón helado, lloras en ti,
como nunca has calentado.
Protector imaginario. A Boris mi perro imaginario.
y abrazaba fuerte la almohada,
en la oscuridad de la noche veía como superpuestas
sombras más oscuras que me acosaban.
Sudaba y sentía como si me acariciaran los pies,
eran sombras que me aterrorizaban.
por el día en el pasillo, se me aparecía
una especie de rabo en la habitación
de mis padres como si latigueara el suelo
después desaparecía.
No me gustaba subir las escaleras,
hasta mi casa porque parecía que me empujaban.
De pequeño mi niño me acompañaba,
y por miedo tuve un amigo imaginario,
un perro llamado Boris.
No sé de dónde salió Boris,
ni como llegó a mi, pero me protegió.
Le daba patas de pollo y cabezas,
el carnicero me las daba y me miraba
como si estuviera loco.
Boris se me perdió y yo lo busqué a gritos,
por la calle.
Aquél día apareció.
De pequeño tenía terror a quedarme solo,
y por mi imaginación Boris me defendía
y nunca más vi cosas raras.
Ahora sigo buscando en la noche
la mano, o a lo peor la almohada,
y cuando me aterra algo, sé que Boris,
aunque desapareció en el tiempo,
me protege y me acompaña.