De niño leía en la cama,
disfrutaba de aquel tacto
de papel fino,
de aquel olor a tinta,
de imaginación loca
destapada por las historias.
Luego me quedaba dormido
con el libro abierto en mi cara,
lo olía en mi inconsciencia,
y me producía hasta flato,
una ansiedad inexplicable.
Ahora, me acuesto con ella;
es la autora anónima de todas
mis desventuras, de mi locura,
de ese fracaso que me ronda.
Me despierto con ella sobre
mi cara, como los libros que leía...
pero con el sabor de la aventura,
en medio de mis manías.
Sueños cumplidos...
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