Las vacas no tienen maletas, ni estancias, ni conciencia; creo.
La ropa es como la vida en cascara, te enfundas y sales, pero olvidas siempre las lagrimas debajo de la cama. Ahora esperamos la lluvia y el suicidio de las hojas, para cubrir el asfalto gris y caluroso de las ineditas noches, en las que olvidas hasta el monstruo de tu armario o la oscuridad de cuando contabas cara a la pared, jugando al escondite.
Todos los días muero. Muero en la mañana, muero en la media tarde, al anochecer y en la madrugada, sé de sobra que tu también mueres, a solas todos los días, mas, lo haces sin la corteza ni la extrañeza del día, de la rutina del zapato negro.
Muero todos los días a todas horas como tú; y aunque no lo creas, intento poner un beso en cada muerte, mientras me robas las lagrimas que olvidé debajo de tu cama, esas que uso como migas de pan, para volver a tus besos, a tu sonrisa, a la vida de nuevo.
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