Esperando a un cliente
en su empresa
multimillonaria,
los sofás son de cuero
y las ventanas
dan a un inmenso
mar de tejados
y gente y coches
que desde el
piso diecinueve
parecen granos,
espinillas a punto
de reventar en ese cuerpo,
obeso de subterráneos
y semáforos.
Escribo este poema
en mi vieja libreta
de trabajo,
mientras la secretaria
de recepción,
mira extrañada,
y descruza sus piernas,
para dispararme su
intención de vagina
húmeda y excitada...
le guiño un ojo,
sonríe,
asunto solucionado,
El cliente no llega,
me hace esperar,
su tiempo es oro,
el mío es suyo
y para él infinitamente
menos valioso.
Solo pienso
en beberme
unas cervezas:
sumergido en cualquier
bareto, con el poco
tiempo que me dejen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario