Ruedo cabeza abajo
y subo.
Embarranco con mis huesos,
y encallo con el corazón
que me mantiene vivo,
sin saber como algo tan duro
es capaz de negociar con mi sangre
eso de mantenerme.
Navego por todas partes.
Sólo encuentro libertad,
cuando llego al puerto
de mi boca
y digo la palabra,
la que sea,
la más angosta.
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