en el verano me gusta
coger un tomate de la nevera.
Hago una mezcla de sal y azúcar,
tomo un biberón de aceite.
Muerdo el tomate,
que me chorrea por la comisura
y la mano.
No me limpio, me gusta mojarme,
de su jugo.
Entonces le echo de la mezcla
de sal y azúcar.
Lo hacía cuando era niño,
lo hacía cuando era joven,
cuando era adolescente,
cuando era veinteañero,
cuando era ejecutivo de 120.00 anuales,
cuando era ejecutivo en medio de la crisis, endeudado,
cuando era un amargado.
Es como centrarme en un universo colorado
de semillas;
en una pasión no nata.
Lo sigo haciendo ahora,
lo seguiré haciendo siempre,
ahora que escribo inerte,
e inherente a un pasado ficticio.
Morder el tomate, dejar que chorree:
sal-azucararlo...
De niño lo hacía mirando la tele
junto a mi madre,
ahora pasan mendigos por las calles,
pidiendo hasta sonrisas.
Y si lo dejaras de hacer, morirías de tristeza. Un tomate, siempre será un tomate
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