Pienso en la tarde gris soleada.
En los arrecifes de las costas vírgenes.
Poseo en mis manos el poder de llevarme
arrastrando por lugares bellos.
Como el cromañón decrepito
que no conoce medida,
me arrepiento y hago.
Cada luz mínima
es la piel del camaleón
que entra sin permiso
atravesando desconsuelos.
Existo bajo el cielo atado.
Bajo los minerales arrancados.
Junto a metales preciosos
que no son nuestros.
Es lo que ocurre,
y nos empeñamos en romperlo.
Fuimos cromañón
pero nos negamos ser cromáticos.
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