Cuadros colgados,
como corderos
muertos en carnicerías.
Apuntes en papel verjurado
que no prometen nada.
Música como lenguaje
esperanzador.
Pasillo de cinco metros
tan largo como una década.
Comida esperando
ser cocinada,
como poemas
que aguantan dentro
a ser dibujados
con mala letra;
la de la repetición
por castigo.
Cuando el juego
es aburrido,
la muerte acaricia
nuestro pelo.
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