Sentado en la sala
de urgencias, una vez
más, espero.
Espero el resultado
ó al menos noticias
que resuelvan el estado
de mi mujer.
Mientras fuera el tiempo
es húmedo y caluroso
y no da tregua al sudor
que empapa mi cogote.
al tiempo entran tres hombres
exclamando, -¡la que esta cayendo
joder como llueve!.
A mi lado derecho una familia
llora mientras los tres hombres
hablan de fútbol y coches.
Mientras, espero...
Frente a mi
una mujer de cincuentaytantos
llora sola
con una pena que contagiaría
a los cactus,
se limpia las lágrimas con un pañuelo
de papel blanco,
apoya su frente en los dedos corazón,
pulgar e índice
y nada indica que su corazón
se alegre,
aprieta el pañuelo fuerte y traga
la saliva que se le ha convertido
en engrudo de pena,
sigue sola,
mira al techo como suplicando
pero los detectores de humo
no son dios, ni los altavoces
ni el falso techo que esconde
tripas de cobre
en bandejas de metal.
El pañuelo ahogado es como una paloma
a la que estruja cada vez más fuerte.
Ella es como el tiempo de fuera
la lluvia cae al suelo
como sus lágrimas
mientras todos huyen
para no mojarse.
A nadie le gusta
la pena ajena
A nadie le gusta
que le cale la lluvia.
todo eso sola...
El resto a lo suyo,
como si no ocurriera
nada.
De pronto un rayo de sol
entra por el cristal traslucido,
se enjuga de nuevo,
suspira en acto de esperanza,
Rebusca en su bolso
saca un espejo,
se mira y limpia con el meñique
el refregón del maquillaje.
Levanta la mirada repuesta.
Me mira, me mantiene
la mirada...
yo avergonzado
agacho la cabeza y juego con el móvil
al solitario...
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