Acabo siempre
vendiendo todo
lo que me pertenece
de una manera
intima.
Me vacío por momentos
sin acudir al borde
de ninguna montaña.
No me hace falta
ir, como otros,
hacia el dolor
bonito de las cosas
para vestir el mío
de niño y que agarre
de la mano a los que leen
para encontrar la identificación
con los mismos.
No me hace falta nada bonito
para destrozar,
no necesito montar
un puesto de venta
en la calle, para saber
que lo que no digo,
lo que me callo,
es como un voo-doo
al que cada aguja
le cura un dolor
para empezar otro.
No me hace falta nada
para seguir con esto:
que vacía una jarra,
para llenar un vaso roto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario