Acabo con todo lo que me desea.
Lo que me ama, me pone en un centro
malogrado de espiga sin empaque.
Podría ser cualquier argumento
que no tiene nada que ver conmigo;
mas se me llenan las manos
de perdiciones en las que muero
y me miro como en un reflejo que no tengo.
Es una cuestión inimaginable
desconocer el beso que nos damos
cuando la mirada cómplice
es una queja del sonido.
Mañana estaré cerca de tu ombligo,
sintiendo una guerra atómica
que siempre critico.
Lo sé.
Lo reconozco.
Me queda poco en eso.
Casi tan poco, que ya me despido.
Lo más preferible de todo,
es que no me quiero quedar,
ni quiero.
El hambre de siete años,
cabalga encima de mis orgullos
que cansinos, se mezclan
entre lo que sueño...
mas también entre lo que lucho.
Ya no habrá penas de negro sobre blanco.
Ni ostracismos de la palabra con lo vivido.
Encontraremos tú y yo,
un vacío que merecemos,
una hartura del verbo quiero:
un olvido entre nuestros cabellos.
Yo te pegaré a ti.
Tú me pegarás a mi.
Caeré K.O. como un niño castigado,
no te tendré por eso manía
no hallaré en ti, odioso reencuentro
con lo pactado entre lo nuestro.
Recordaré siempre que empecé
en esto, solo; más solo que ahora.
Tan solo como te has sentido
en aquellos años al borde de una muerte
que elegía por ti la comida que masticabas.
Lo sabes.
Nadie te impulsa.
Solo un avance de patada
en un reloj que al buscarte pelea
y siempre gana.
Y te recuerdo ahora en esta hora
en este sitio desgraciado...
que otros ya te lo dijeron.
Pero no es la batalla,
es la sangre
la que va haciendo daño
desde fuera adentro.
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