Hilvanando cerca del nirvana solitario.

Tiembla quieto
el árbol en la noche.

Aviva fuerte la hierba
el fuego ligero.

Recibe alegoricamente
la lluvia, el charco solitario.

¿Quién no arde
al sentir esto
mientras lees
a solas una etiqueta
de  cemento?

Mis venas van cargadas
de fuego.
Cabalgo a solas
lleno de silencio.

No hay retorno cuando decides cruzar una frontera imaginaria.

Dime cuántas catástrofes caben
en la palma de la mano.

Dime... cómo de grande
es esa mano.

¿Una mano puede estar
en cualquier parte
del mundo?

Alrededor del mundo
la pobreza se mueve
como una peonza
con punta afilada.

¿Cogiste el ascensor
y apretaste tu piso?

Hablaste del tiempo,
pero no fuiste capaz
de exclamar a ese desconocido
lo mal que te parece este universo,
inexacto en emociones
tan minucioso en ciencia.

Deséame lo mismo que te deseo.

Abramos juntos las ventanas.

Hagamos que pesen igual los polos,
sin que se derritan las sonrisas
de los osos polares.

Ayer me encontré a mi,
mientras hablaba de ti,
ojalá que te ocurra
con ellos,
al pensar después de hablar.

Te imagino en tu casa comiendo naranjas
mientras recuerdas a tu abuela
cuando eras cría.

Ayer me fui de madre
para recordar a mi padre.

Ayer me quise comprar un cello,
para que mi alma no estuviera sola.

Ayer llevo en el pelo, como una horquilla,
la imagen de todas tus sonrisas.

Esta mañana me desperté
liberado de miedo.

Y al llegar a mi casa,
dejé a esa persona en el ascensor
sonriendo.

Mañanas en las que el frío se filtra por la ropa del armario.

Coincido con el vacío
en el preciso momento
que la duda se expande.

Como la apertura de alas
del ave, que olvidada realiza
su migración solitaria,
me desperezo por las mañanas.

La vagancia me colma el espíritu,
remoloneo en medio de la cama
como el niño que juega en el barro.

Describo mientras el sol
llama a mis parpados,
tu nombre mientras despierto.