Nada como nada; para que nada parezca nada. Así es como algo.

Me condenan a eso.
A lo que nunca ocurre.
A eso que pasa, y no sucede.

Chirrían mi nombre las esquinas
por las que derramo
mi posibilidad escasa
de planetario imberbe.

No me creo nada.
Nadie me cuenta lo que pasa,
solo escucho lo ocurrido
en medio de los barrios
por los que apuesto a perder
al gallo peleón que ha estado bebiendo.

Sigo bebiendo como siempre
hago.
Está a punto de parir, lo que comencé
hace años,
un imaginario relleno de muerte
que habla podredumbres
cuando mira atrás sin música,
y con un espejo roto
en el proyecto hombre.

Mientras imagino algunas cosas, una guitarra me mira desde la esquina.

Ahora que acaricio nostalgias
y vomito.
Ahora todo me parece bonito.

Sueño con globos al aire,
vacío de oxígeno.

Todos mis misterios
son pasados.
De ayer.
Duros como el pan
que no consumo.

Tengo tanta negrura
ante mi espejo,
que me dejo barba
para no adivinar lo que piensa
mi cara.

Me hacen falta muchas cosas
para nada.

Reclamo el ruido,
extinto de belleza.
Reclamo lo rudo
colmado y sin belleza.

Todos los besos
del mundo van llenos
de hambre.

Por eso no quiero más
que: que todo desaparezca
al fruncir el mundo su lejana
capa hastiada sin corteza.