Quise incendiarme mientras ardía.

Mi iniciativa no es cambiar nada.
Es completar lo absoluto
con idiosincrasias relativas
al entorno de lo palpable.

Prever el fracaso,
como un nombre propio
de mis actos.

Centrar el egoísmo
en un objetivo constante
de insumisión
ante el caos breve,
ante la pasividad perpetua.

Llegar sin moverme,
encontrar la búsqueda
porque llega a mi
como un regalo despistado
del universo absorto.

Realidades ante la desgracia,
que siguen parapetando
espejos rotos.

No quiero nada,
deseo todo.

Vistiendo mis luces con filtros de café usado.

Tengo tanta agua
en los remiendos de mi ropa
que están en sequía
los astros que me rodean.

La melancolía
abruma mis nubes,
nublando mis días grises.

Hay escarchas que no han salido
de mi pelo, llevan años ahí.
Hay pájaros que vuelan por encima
de mis temores, convirtiendo en sueños
todos mis miedos.

Tengo pesadillas hasta cuando camino.

Maldito mundo incierto.
El futuro es una canica rota
en medio de un hexágono incompleto.

Patrones cosidos en la ropa. Parches de pegamento con cola y chapa.

Hablo, con duda,
hacia arriba.

Esas voces altas
de más de tres metros.

Como los techos
antiguos de las casas.

Hablo y no me llega nada.
Hablo porque desde siempre
me vienen encima,
las postulantes desidias
de aquello que me hablaban;
eso que adoras por grandeza
y no encuentras, al descubrir,
nada de nada.

Todo es una fábula.
La enseñanza de lo atávico
siempre nos llega,
cuando la confusión nos arde
delante de la cara.

Ahora y aquí,
hago lo que me da la gana...
o no...
o pienso que imagino
cuando en realidad
es una creencia desmesurada.