Espiando y rascando.

La miro silencioso.
ella no se da cuenta,
se despereza, estira el cuello
y los brazos,
lee algo en la pantalla y ríe.

Es como una grulla,
en la salina.

Se atusa la frente,
y suspira mientras bailotea.
se rasca la boca y recoge el pelo.

Es como si amaneciera en mis tripas,
mientras la observo.

A medio camino, siempre me dolía la cabeza

Fascinación,
horas embelesado
ante libros abiertos.

Contaba los pasos
que daba camino del colegio.

Se me quedaban cojos
a la vuelta a casa.

Recuerdo el cielo,
las nubes,
el banco,
la fuente
el autobús
que dejaba escapar,
y los cordones siempre
desatados.

Siempre me daban
miedo los autobuses.

Suspendía todo,
pero me esforzaba
en dibujo,
para no sacar colores,
mezclaba las bases,
retorcía el arco-iris
en un dolor inmenso.

En mi paleta sólo estaba el negro,
al llegar a casa la merienda,
bocadillo de atún con mayonesa,
dibujos, y a la noche, de nuevo el miedo.



Entrada en noches de ventanas y cerveza negra

Tan libre como el tiempo,
hacia delante como el fuego,
se acoge a la noche
como un cuervo en celo.

Vuela y trota,
mientras aúlla
en cada esquina,
el nombre,
que la vuelve loca.

Falseta por bulería, camisa arrugada.

Está mi garganta muda,
excusa de mi ego
fluye de mi mano,
el silencio de mi persona.

Aquelarres indefinidos.

El poema es un callejón sin salida,
entras y te exprimes
hasta abandonarte,
hasta el dolor del verso,
que entra en tu carne y te descerraja
en trozos.

Al poema no le interesa nada
que no sea el poema,
y al que lo escribe,
intenta meter un mundo de extrañeza
dentro.

El poema es raro,
el verso extraño.

Todos los versos
del mundo, desde hace siglos,
sobre todo, los que murieron
escribiendo poemas; todos,
todos los versos, repito,
empiezan en la boca,
muriendo cuesta abajo
cuando chocan
en un corazón de hielo.

Cartomancias, esperanzas y jazz a la tarde, con café y ventanales cuadrados plagados de lluvia.

Su sexo es un jacinto entre mis labios,
un crisantemo esperanzado de mi llegada.

Su sexo es una muerte prolongada,
un feto viscoso no-nato,
con toda la vida por delante.

Su sexo es una barca indefensa en el mar,
es asfalto no andado,
es almohada albergada de esperanzas,
es amanecer en mitad de una carcajada,
es una zarabanda de aullidos a doña Catrina.

Su sexo no es miedo,
pero en ocasiones es pena.

Su sexo no es tristeza,
aunque a veces es un abandono
al sueño.

Su sexo es una melancolía hirsuta.
Su sexo es para acuchillarlo de besos.

Su sexo es un corro ancho de la patata,
un columpio en medio de las avenidas llenas de coches.

Su sexo es la profunda sonrisa que provoca llagas
en mi camino, grietas y precipicios por los que me tiro,
suicidándome entre su piel, para matarme en orgasmos.

El parpadeo del hombrecillo verde.

Me gusta observar
la gente, como cruza
la calle, justo cuando
el semáforo,
está a punto de pasar
a rojo.

El parpadeo del hombrecillo
verde, anuncia que se acaba
el tiempo.
Ellos y ellas, corren apresurados
a la otra orilla.

Es como si murieras
y desearas hacer algo
en el último momento
que olvidaste hacer,
o dejaste arrumbado.

Aprovecha la hierba,
aprovecha el mar,
aprovecha las calles
aprovecha los bares,
la risa y la tristeza también.

Aprovecha al hombrecillo
verde antes de su parpadeo,
antes de que un diablillo
rojo, lo mate;
y este  te guiñe un ojo
justo a mitad de paso.

Trasvase de flujo, desde el papel a la duda.

Me parece que despierto
demasiado pronto de mis sueños.

Sobresaltado en medio de la calle
a las dos de la tarde, sudando y jadeante.

Casi nunca llego a lo que consigo,
es como si al tenerlo, me quedara corto.

No es ambición,
es un perder ante la vida
del significante camino.

Puede ser que sea algo descomunal,
pero al final, es una humareda,
una especie de: me da igual todo,
aunque todo, sea al final lo que deseo.

¿Lo entiendes?
Porque yo no, mas no lo deseo
vaya ser que lo logre y me arrepienta
de estos versos.

Niñez de ensoñaciones y cuentos erróneos.

He arrancado hojas del almendro
 la primavera me ha gritado.
Llega la cigarra, a robar a la hormiga,
siempre me contaron mal el cuento.

Mirando debajo del sofá, buscando bajo la alfombra.

Confuso el radiograma
se rompe por decreto
angosto,
el sentimiento creado.

Sin embargo,
la emoción descubierta,
es un camino
de reconocimiento
hacia el yo profundo
de nuestras alteradas trochas

Gritando al cielo nombres y olvido.

El valle está ardiendo,
corre la naturaleza,
hacia la cascada de agua.

++++++

Piensas en nada,
el vacío es inmenso en ti,
la sabiduría te descubre.

++++++

Has pintado en el suelo
con un corazón escobillado
mi nombre.
Este día lo marcaré con mi lápiz,
tu espalda estará llena de heridas.

Siete minutos de triste deja-vu, entre prólogos y epílogos con lenguas húmedas y vientres besados.

¿Si pudieras ponerle            
un nombre a la tristeza
cuál le pondrías?

Miércoles por la tarde
a las 16:43.                            
Siempre me parecieron
tristes, los miércoles
a las 16:43.

¿Y tú?                            

Ayer,
si tuviera que ponerle
un nombre a la tristeza
le pondría ayer,
porque siempre
dejo por realizarme
algo que me debo.

¿Sabes?...
Hoy es jueves y son las 16:43.

La besé, y bebimos cerveza,
ella leyó el periódico
yo leí a Derek Walcott.              

El  jueves tardó mucho en marcharse,
duró siete horas ese momento
y se quedó para siempre
esa hora, a la que sumamos;
lectura, cerveza y besos.          

                      Siestas de agosto, con borrachera y deseo, que concluían al día siguiente.

Noches de soledad, amor, y melancolía.

Hace calor y retozo
en mi sudor,
la noche está pegajosa;
la cerveza solitaria
es una mujer sin bragas.

La luna fuma un chorro de estrellas,
lleva gafas de sol,
los amaneceres solitarios
siempre la cegaron.

Goteamos de un bar a otro,
es la rutina del verano en la urbe,
soledades que nos pescamos
para estar menos solas,
tan sólo alcohol, drogas y sexo
en los cuartos de baño.

Bares como establos,
baños como confesionarios,
todos están solos en verano.
La ciudad es un vientre
con retortijones y angustia.

El amor, todos los años,
se va de vacaciones en verano.

Engaña a los tontos
que se besan a la orilla de la playa,
y sueñan en la eternidad
de la compañía:
ser canción y poema.

El amor ama noviembre,
cuando todo oscurece
antes,
hasta los ojos de los niños.